lunes, 27 de marzo de 2023

Así nació el fútbol en Santa Fe

¿Quién trajo la primera pelota a la ciudad? ¿Era redonda? ¿Dónde se jugaron los primeros partidos? ¿Quiénes participaron de esos encuentros? En la previa del mundial, un repaso de los primeros pasos del deporte más popular en nuestra ciudad.

En la década de 1890 se encontraba en pleno funcionamiento el puerto de Colastiné donde trabajaban ingleses, los santafesinos que iban al puerto a retirar o buscar cosas, veían como los ingleses practicaban un deporte desconocido para ellos, donde pateaban un balón esférico, varios jóvenes quedaron asombrados y cuando podían iban al puerto solamente a ver a los ingleses jugar.

En 1896, la Escuela Normal Provincial de Maestro (ubicada en lo que hoy sería la intersección de las calles Tucumán y Urquiza) tenía como regente a Alejandro M. Giménez, quien designó un nuevo profesor para que diera "ejercicios físicos" en sexto grado: un joven maestro tucumano de nombre Agenor Albornoz, quien hablaba con entusiasmo de un nuevo deporte que había visto practicar a un grupo de ingleses del Ferrocarril Central Argentino de Rosario, y solicitaba practicarlo en la escuela.

Agenor Albornoz

Una vez aceptada la propuesta del maestro tucumano se empezó a juntar dinero para poder conseguir lo necesario para la práctica de ese nuevo deporte. Hicieron un pedido por un total de 46 pesos a la casa Gath & Chaves (una suma que costó 17 meses poder reunirla), pero cuando el envío llegó hubo un error no menor: enviaron una pelota de rugby en vez de una de fútbol. ¿Por qué? Al conocer tan poco del nuevo deporte que querían practicar, no habían sido lo suficientemente precisos para explicar qué necesitaban.

Se intentó durante un tiempo practicar con esa pelota de rugby, pero viendo que era imposible enviaron la pelota a Buenos Aires y le solicitaron a Gath & Chaves que esta vez les mande un balón de fútbol (football, según los medios locales de la época).

Las primeras prácticas que se disputaron en Santa Fe tuvieron como escenario un terreno contiguo al local que ocupaba la Escuela, situada entonces en el "Chalet de Alemán", que había pertenecido a don Eugenio Alemán. Posteriormente en la Plaza Santa Coloma, enfrente de donde hoy está el Hospital José María Cullen.

La nueva cancha fue marcada, se instalaron los arcos (consistentes en dos astas de bandera) unidas en la parte superior por una cinta de color, y se niveló el terreno. Luego se les encargó a los ingleses del ferrocarril un reglamento del deporte: al no contar con un traductor, no pudo ser traducido al castellano de inmediato.


Quienes participaban habitualmente de esos encuentros eran, entre otros: José V. Oroño, Alfredo M. Bello, Francisco Bosch, Ubaldo Silva, Antonio V. Mori, Ángel Monje, Sebastían García (más tarde presidente de la Liga Rosarina), Saturnino Zárate, Cecilio Molini, Avelino Ascuénaga, Maximino Agüero, Luis Borruat, Augusto Donno, Enrique Rotta, Vicente Ingaramo, Carlos e Ignacio Costa, Nicolás Bello, Justo del Barco (quien hacía de capitán), Isaac Francioni, Alejandro M. Giménez, José E. Valle, Domingo Grilli, Javier Gentile, José A. Paez, Manuel Mougin, Fermín Spiller, Carlos Alberto Leumann, Bernardo Riveros, Tomás Beccaria, Angel Spedalieri, Ovidio y Octavio Torroija, Juan M. Galli, Marcelino Fernández, Francisco Doce, Honorio Suárez, Sexto Suárez, Salvador Morga, Pablo Rotto, Vicente y Pedro Inyaramo.

Esos son los apellidos de quienes jugaron por primera vez al fútbol en nuestra ciudad. Tomás Beccaria, quien luego integró, en el puesto de half algunas formaciones de Unión, recordó esos años en una entrevista realizada en 1922: “Durante todo ese año tuvimos que utilizar la pelota ovalada, hasta que finalmente llegaron las otras, las que se usan ahora. A esa primera pelota no la podía dominar nadie”.

Con aquellas primeras reglas se realizaron una serie de "matchs" de prueba, en los que había premios para "los más hábiles'': según los diarios de la época, los ganadores fueron los hermanos Carlos e Ignacio Costa, a quienes se les otorgó un medallón de plata.


El primer partido de la historia de Santa Fe fue entre un combinado local contra un equipo de la Escuela Análoga de Esperanza, que se disputó el 25 de mayo de 1897, con triunfo para los esperancinos. El segundo encuentro tuvo por escenario la ciudad de Coronda, donde Ignacio y Carlos Costa tenían muchas amistades, y terminaría con victoria santafesina.

Al año siguiente se concertó un partido contra los paranaenses del Colegio Nacional del Uruguay, pero, una vez llegaron los santafesinos a la Plaza de Ejercicios Físicos, el encuentro no pudo llevarse a cabo: los santafesinos no aceptaron jugar por estar "en inferioridad de condiciones". ¿El motivo? Se percataron que los rivales usaban botines, mientras ellos tenían alpargatas.

Como se había establecido un premio, el Colegio Nacional del Uruguay lo reclamó como suyo al jurado (en aquella época un jurado especial resolvía en última instancia las discrepancias), que pasó los antecedentes a un abogado, quien se expidió aconsejando que fuera declarado desierto el premio "por haber una de las partes conocer anticipadamente que solo jugaría en alpargatas".

El comentario de un diario de nuestra ciudad, haciéndose eco de esta situación, comenzaba así: "¡Nos ha vencido la civilización!".

En 1899 nuevamente se jugaría contra los esperancinos un match, bajo la dirección de Rafael Gisman. El partido duró por lo menos dos horas y se tomaron descanso cuando ambos capitanes de los equipos en común acuerdo lo solicitaban. En 1901, los santafesinos recibieron la visita del equipo más temido de entonces: el Team Inglés, de Gálvez, integrado en su mayoría por ingleses residentes y unos pocos criollos. Un año después, nacería el primer club de Santa Fe. Y recién años más tarde llegarían los dos que hoy dividen los amores y odios de la ciudad.

En 1900 ese grupo de alumnos de la Escuela Normal querían dar un paso más adelante y para eso fundaron informalmente el Club Atlético Normal. En los talleres de tipografía de la Escuela Industrial imprimieron folletos con el reglamento de Football que ellos habían editado y con varios artículos.
“Los arcos tendrán un largo de 5,50 m y un alto de 2,50 m. Número indispensable para formar el cuadro de jugadores, 22 hombres, incluso el capitán. Los capitanes fijarán el tiempo que debe durar el partido y el descanso. El Capitán dará el puntapié inicial en la dirección que quiera. Los hombres se distribuyen de la manera siguiente: cinco jugadores llamados ágiles forman la primera línea; el capitán ocupará el centro. A 12 metros de los arcos y en línea oblicua se colocarán a derecha e izquierda dos jugadores llamados seguros. En la distancia media comprendida entre la línea de ágiles y la línea de los seguros se colocarán tres jugadores denominas fuertes. En los arcos se colocará otro jugador llamado arquero. Los ágiles serán los resistentes y diestro en la carrera. Los fuertes los más hábiles defensores y los seguros los mejores pateadores. Una vez que la pelota haya pasado la línea de los fuertes contraría intentarán hacer en tanto, siendo preferible que lo intente el capitán por ser quien avanza perpendicularmente al arco. El capitán es el único jugador a quien le es permitido pasarse de uno a otro lado: los demás, cada uno en su lugar. Cuanto haya una infracción en el área sancionada por el árbitro se ejecutará un tiro de reparación que solo podrá hacerlo el capitán. Las infracciones se harán notar inmediatamente levantando los brazos o diciendo simplemente ¡manos!, cuando fuera está la falta cometida. Estas faltas deben ser denunciadas aún por los mismos jugadores del bando que cometiera la infracción, cumpliendo así los deberes de la caballerosidad. Los capitanes desempeñarán en el juego las funciones de jueces: pero, para los casos donde no les fuese posible arreglar sus diferencias, habrá un árbitro nombrado por ellos.”- Algunas de las cosas que decían en los artículos de ese reglamento”.
A esta misma época de la década del 1890 pertenece don Ignacio Risso, otro de los precursores que fomentó el fútbol, junto con sus hijos Héctor, Ignacio y Bernardo, y el grupo de sus amigos, alumnos casi todos del Colegio de la Inmaculada, que practicaban el deporte en el extremo este de la calle General López y que más tarde tendrían una canchita ubicada en el este de la calle Juan de Garay, también los hijos de Pedro Alcacer fueron precursores del deporte, otro pionero también lo fue el señor Rafael Gismani quien era un entusiasta del deporte.

En 1902, cuando la Escuela Normal de Maestros abandona el chalet de Alemán y pasa a la entonces escuela Sarmiento, el aguerrido y entusiasta grupo Normalista, por circunstancias desconocidas, desaparece, volcándose sus elementos en los clubes que comenzaban a gestarse.

Referencia: Revista semanal del Diario El Litoral del 13/5/1932

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